Qué me dirías si vieras la violencia que albergo. Si vieras cómo
discuto conmigo misma hasta llegar a las manos. Hasta ahorcarme para acallarme.
Porque lo veo, y no tengo nada que hacer contra ello. No puedo bajarme de la
rueda, por primera vez en mi vida, realmente no puedo y me estoy dando cuenta
ahora. Estoy congelada en medio del caos. Sin poder gritar, sin poder llorar,
sin poder parar. Sólo observando cómo pasa el tiempo, cómo se suceden los días.
Porque inevitablemente el tiempo pasa, para lo bueno y para lo malo. Y tengo
que soportarlo sea como sea.
Recuerdo el día en que decidí no soportarlo más. El día que
exploté, bajé los brazos y puse fin a todo. Y dejé caer mi cabeza sobre el frío
cristal de la mesa, mientras me ardían las mejillas y mis ojos se derramaban
serenamente, en silencio. Y mi padre corría a buscar el teléfono para pedir
ayuda. Ese mismo día, cerré una puerta y abrí la siguiente. Y aquí estoy. Qué
avance. Qué ironía.
Aprendí que no es de
cobardes parar para evitar el dolor. No es de cobardes. No es huir. No es rendirse.
No es ser inútil. No es malo. No es el final de todo. Sólo de lo necesario.
Pero ahora no puedo parar. No puedo explotar, ni bajar los
brazos, ni romperme en silencio siquiera. Porque lo que yo creía que era el
mundo, no era más de una pequeña parte de lo que en realidad se me venía
encima. Y la realidad es algo que no se puede parar, ni puedo pelearme con ella
siquiera o decirle lo que pienso.
Ahora sí que tengo mucho que perder, pero no tengo nada que
ganar. No encuentro un resquicio por el que poder respirar y me estoy ahogando.
Y sé que no es el fin del mundo. Eso también lo aprendí en su momento, que en
esta vida todo tiene solución menos la muerte. Y en mi caso, la solución es el
tiempo. Esta vez no hay atajos, ni ayudas, ni metáforas, ni ejercicios de
respiración, esta vez sólo es el tiempo. Hasta entonces, sólo puedo ahogarme y
suspirar de vez en cuando. Contención. No lo jodas todo. Porque esta vez es tu
trabajo y tu camino.
Quizás me cabreo porque no llego a ninguna conclusión, a
ninguna solución, no encuentro ninguna luz ni ningún clavo ardiendo al que
agarrarme. Yo misma cerco mis pensamientos, porque cuanto más ahondo en ello,
más me cuesta salir. Así que en realidad es un ni quiero ni puedo. Pero lo
necesito. Y de una bofetada se me pasa.
No sé por qué me hago tantas preguntas si al final siempre
me respondo a mí misma lo que no quiero oír.
Tu qué me dirías.
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