viernes, 16 de noviembre de 2018

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Es la primera vez que miro hacia atrás y no siento pena. Siento algo en la boca del estómago, pero no se que es. Quizás siento nostalgia. Echo de menos sentir con intensidad. Siempre me dije a mi misma que sentir en exceso era lo único que se me daba bien. Y no es mentira, pero tampoco una verdad completa. No es lo único que se me da bien. Se me da bien estar sola. Muy muy sola. Se me da bien retraerme y darle la espalda a todo ese ruido y quedarme en blanco. En paz y serenidad.
Que se me de bien no significa que lo haga muy a menudo. Porque no es que ahora mismo esté buscando una paz y serenidad etérea y silenciosa. Quiero ruido si, quiero ruidos muy particulares; quiero un viento fuerte que me despeine y me ensordezca. Quiero gotas de lluvia taladrando el cristal de mi buhardilla. El aleteo de las tórtolas y risas de niños corriendo por la planta de abajo. Ladridos y el zumbar de las abejas. Los grillos por la noche. Las golondrinas por la mañana. La avena bailar al viento y chocar entre ella sin ton ni son. Mis pasos haciendo crujir las hojas de las encinas al pasear.
No se me da bien echar la vista atrás y volver sin algún recuerdo roto.
Es por eso que me prohíbo sentir con demasiada intensidad. Porque últimamente viajo mucho al pasado, y empiezo a no soportar los golpes.



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Ahora escribo en un cuaderno muy pequeñito todas las cosas que quiero ordenar en mis pensamientos. Lo llevo siempre encima, aunque much...